Cuando una fuente de alimentación falla por completo, el primer paso suele ser diagnosticar el problema. Esto implica verificar los voltajes y corrientes de entrada y salida, inspeccionar si hay signos visibles de daños (como componentes quemados) y probar los circuitos internos de la fuente de alimentación. Una vez que se identifica el problema, reemplazar las piezas defectuosas suele ser sencillo y, a menudo, puede restaurar el funcionamiento de la fuente de alimentación, lo que resulta en una reparación rentable.
Además, reparar los suministros de energía es más sostenible desde el punto de vista medioambiental que desecharlos y comprar otros nuevos. Muchas fuentes de alimentación se pueden reparar reemplazando piezas relativamente pequeñas y económicas, como condensadores, resistencias o transistores. Esto evita la generación innecesaria de residuos electrónicos a partir de fuentes de alimentación desechadas.
Sin embargo, hay ciertos casos en los que reemplazar una fuente de alimentación puede ser más apropiado. Si una fuente de alimentación ha sufrido daños graves, como un transformador quemado o una placa de circuito rota, repararla puede no ser factible ni económico. En tales casos, optar por un reemplazo puede ser la mejor opción. Además, si el costo de reparar una fuente de alimentación es cercano al costo de reemplazarla por una nueva, reemplazar la fuente de alimentación puede ser la opción más práctica.
En última instancia, la decisión de reparar o reemplazar una fuente de alimentación debe considerar factores como la rentabilidad de la reparación, la gravedad del daño y el impacto ambiental de desechar la fuente de alimentación. Si el costo de reparación es razonable, el daño se puede reparar de manera económica y repararlo evitaría desperdicios innecesarios, entonces la reparación debería ser la opción preferida.